02 enero 2016

Frenesí

Dicen los griegos que depende de cómo te pille el año nuevo, así te irá el resto del año. A mí el dieciséis por poco no me encuentra corriendo a todo correr por las calles de Psirí al encuentro de mis amigos que me esperaban en una taberna. Eso me habría asegurado, al parecer, un año frenético... Claro que hubiera sido aún peor que el cambio de año me hubiera pillado en el taxi que me llevó hasta allí (y del que me arrojé casi literalmente a las doce menos cinco), en compañía de un señor gruñón que apestaba a tabaco...  Afortunadamente, llegué con el tiempo justo de saludar, sentarme y entonar al alimón el Pai o paliós o jronos ("Se va el año viejo"), cancioncilla entrañable que da la bienvenida al nuevo año. Misión cumplida, pues.  


Atenas recibe el año ambientadísima, con las calles a rebosar de luces y gente, a pesar de los rayanos cero grados y la nevisca de la tarde. Aquí, a falta de un ritual tan tiránico como el de las uvas (¡en España sí que lo inauguramos estresados!), el cambio del año (que no hay necesidad de llamar campanadas) es poco más que un mero trámite. Claro está que es el pistoletazo de salida para el desfase venidero, pero sin darle demasiada importancia. El trasiego de gente que entra y sale de los locales es interminable e ininterrumpido, tanto antes como después de las doce... Mucho vino y aguardiente, comida y palamakia (palmas) al compás de la orquesta. 

La noche avanza y, como toca repartirse un poco, decido cambiar de compañía y ambiente. Me adentro en las empinadas callejuelas que separan Colonaki de Exarjia para unirme a más amigos en uno de esos bares recoletos con mucho y muy buen gusto, que reúne a gente de las artes y el teatro. Bien por ser ocasión tan destacada, bien porque la gente del "artisteo" suele tener otro temple, el bar está extraordinariamente animado, y casi todo el mundo baila (rara avis por estos pagos). La selección del dee-jay debe de ser muy acertada, pues el ambiente no decae en ningún momento, llegando al casi literal frenesí, cuando el repertorio deriva en los clásicos indiscutibles de los saraos griegos, tantos los propiamente suyos (de Macedonia a Creta) como los asimilados por adstrato (balcánicos, armenios...). En estos momentos es cuando uno se da cuenta, no sin cierta ironía, de la profunda veta balcánica y oriental, tan poco europea (con las denotaciones actuales del término) que existe en la cuna de Europa.

El año que despedimos ha sido, quizá, el más decisivo para Grecia a contar desde 2010, cuando la Troika y los memorandos irrumpieron con fuerza en su día a día. El desencanto de la política ha batido récords, así como el aguante de los ciudadanos. El año que empieza no se presenta demasiado halagüeño, pero si de algo estoy seguro, es de que el pueblo griego seguirá resistiendo y, pese a todo, disfrutando al máximo de la vida, danzando en corro con los brazos al viento hasta el amanecer. Con un frenesí de estos da gusto inagurar el año...  
Και του χρόνου, λοιπόν!

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